Un tema recurrente en mi vida es el tema del conocimiento y la maldición que eso conlleva. Tengo la curiosa "teoría" que una persona cuanto más conocimiento tiene más infeliz es. Quizá es sólo una extrapolación al clásico dicho de para ser feliz hay que ser tonto pero a menudo me quedo pensando que el conocimiento es una maldición.
Un ejemplo es el que comenta Logadmin que a su vez enlaza a The curse of knowledge:
"Piensa en un abogado que no puede darte una clara y comprensible respuesta a una cuestión legal. Su basto conocimiento y experiencia le vuelve incapaz de hacerte comprender lo poco que sabes del tema. Por lo que cuando habla contigo, lo hace con abstracciones que no puedes comprender. Y nosotros, somos como ese abogado en nuestro propio dominio de conocimiento."
Hace tiempo era incapaz de percibir este hecho. En cierto modo era un pelmazo que podía ponerse a explicar sobre protocolos a alguien que no es que no le interese: es que directamente no le interesa ni te ha pedido que se lo expliques.
Por si fuera poco, cuanto más sabes de un tema, más difícil se vuelve explicarlo ya que para explicar X consideras que se debe saber antes que es Y (por lo tanto, también explicas Y) y al sumar X+Y toca explicar A, B, C, D, D1, D2, D3 y así hasta el infinito.
Esto se hace tan extremo que llega el punto que, por dar un ejemplo, yo ya no defiendo el software libre: tengo tan asimilado sus ventajas éticas, sociales y (salvo excepciones) técnica que soy incapaz de dar argumentos demoledores y caígo en el "sí pero...".
Organizando tus ideas y pensamientos puedes (casi) erradicar estos síntomas, pero no es fácil ni barato en términos de desgaste psíquico.
Y otra cuestión es ¿hasta que punto conviene saber? La respuesta es que hasta el mínimo común denominador si aplicamos el principio de Dilbert:
El principio de Dilbert alude a una observación satírica de los años 1990 que afirma que las compañías tienden a ascender sistemáticamente a sus empleados menos competentes a cargos directivos para limitar así el daño que son capaces de provocar.
El exceso de conocimiento puede llegar a anular tus (buenos) argumentos, puede convertirte en el sujeto perfecto para no progresar en la vida y la gente por lo general es más feliz en la ignorancia sin saber (por ejemplo) todos los atropellos a los que diariamente les someten (con decir "especulación" sobran argumentos, parrafadas e imágenes).
En resumen, el conocimiento es una maldición, una maldición en la caes de buen grado, pero maldición.
Nota: A los que piensen que esto es filosofía barata, errados estáis, son pensamientos escupidos tal cual aparecen en mi mente en la que solo cabe el pensamiento que hay mucho sueño y pocas ganas de dormir (¿incongruente? si yo os contara...).
Actualización: varios años después (febrero del 2011) Ricardo Galli publicaba "Bueno, realmente" la traducción de un texto de Miguel de Icaza que trata de un fenómeno "parecido" a lo que yo comenté en esta entrada y también he vivido. Básicamente se refiere a la "mente de ingeniero":
A medida que maduramos como desarrolladores, el encontrar errores lógicos y soluciones incompletas se convierte en nuesta forma de vida. Es lo que nos define.
Pero nuestra fortaleza como ingenieros es también nuestra debilidad social. Te encontrarás incontables veces interrumpiendo a alguien que cuenta una historia, una anécdota, o una broma, para corregirle una suposición errónea, explicar una evidencia que el narrador pasó por algo, dar una perspectiva más general del problema, o señalar que las premisas de la broma son erróneas.
Y que la conclusión es: el "bueno, realmente" sólo sirve para que te aparten socialmente. Que la gente prefiera volver al trabajo en lugar de estar en la mesa contigo tomando café. Lo que ahora se suele llamar un forever alone.
Recuerda: "[...] nuestra fortaleza como ingenieros es también nuestra debilidad social".
Comentarios